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EL CUENTITO
De Fernando Weissmann
Ilustrado por CEO



Cuentito de la Pulga y el Piojo.
Dos amigos viajeros


1

Había una vez una familia que vivía en una casa de las afueras de Buenos Aires. El papá viajaba con frecuencia por trabajo. Un día para viajar más cómodo, decidió comprarse una valija grande.


La instaló en el interior de un placard junto a las otras que usaban todos cuando salían de vacaciones. En ese armario, habitaban algunos bichitos que no molestaban a nadie.
En especial dos. Una pulga que se llamaba Picheuta y un Piojo, al que le decían Abelardo. Estos eran muy amigos y se visitaban frecuentemente en los agujeritos de la pared que había en el placard.
A veces uno llevaba la comida y comían juntos, hablando de las cosas de la vida.

También salían a jugar. Uno de esos días, se les ocurrió y decidieron visitar esa valija nueva y grande, a la que no conocían por dentro. Era la valija nueva del dueño de casa.

Dicho y hecho. Después de una comida abundante, encontraron un lugar por el que podían entrar y así lo hicieron. ¡Era realmente una maleta enorme! Tapizada con brillantes forros rojos y azules, con cierres, bolsillos, compartimentos.
La pulga y el piojo, usaban el interior como toboganes, las cintas como sube y baja;

se divirtieron mucho y luego de jugar quedaron muy cansados… y se durmieron profundamente en un bolsillo, cerca del cierre.

Esa noche, el papá tenía que preparar la valija para salir de viaje. La sacó del armario, puso su ropa, el pijama, zapatillas, cepillo de dientes, la afeitadora. Ni el piojo ni la pulga, tal era el cansancio, se dieron cuenta que la valija se cerraba. El papá, cuando se despedía de la esposa, le dice: -Bueno querida, vuelvo en 15 días. Me toca ir a París y Londres. Espero que todo salga bien. Hasta la vuelta. Los llamaré mañana cuando llegue a París.

El taxi, lo dejó en el Aeropuerto, facturó el equipaje, la maleta fue recogida por esas cintas infinitas que llevan los equipajes de los viajeros; el señor se subió al avión y después de unas horas de vuelo, llegó a París.

Los dos amigos, seguían durmiendo a pata suelta, cuando la luz los despertó. El señor había levantado la tapa de la valija, sacó la ropa y la maleta quedó vacía.
Salvo Picheuta y Abelardo que aún medio dormidos, se desperezaron, salieron a tomar aire y medio sin creérselo… ¡estaban en París!



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